Los jóvenes marcan el camino del flamenco en el VIII Festival de Jóvenes Flamencos Villa de Benamejí (Córdoba)
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Información procedente del Diario El Mundo
Benamejí fomenta el flamenco abriendo posibilidades de compromiso a la juventud.
VIII Festival De Jóvenes Flamencos Villa De Benamejí
Al cante: Marta Aguilar, con Miriam Cuevas y Natalia García (palmas); Ana Hernández y Julia Moreno alias La Debla / Al toque: David Navarro, Ángel Dobao y Paco González / Al baile: Estela Fuentes alias La Chispa, con Miguel del Pino y José el Caja (cante), Luis Morillo (guitarra), y Keko (percusión) / Lugar y fecha: Plaza de la Constitución. 16 de agosto de 2024
Que los jóvenes ocupan la primera línea de desarrollo y son pilares obligatorios para construir un futuro mejor para el flamenco, es algo que nadie cuestiona. Son agentes de cambio y su contribución es esencial, siempre que su pacto con la cultura implique un alto grado de compromiso, hambre homérica de aprendizaje y un elevado nivel de motivación.
Pero para integrarlos de una manera relevante y útil, demandan el apoyo institucional. Es la finalidad del Ayuntamiento de Benamejí, cuya alcaldesa, Carmen Lara, trabaja arduamente para promover las inquietudes artísticas de la juventud y es, por tanto, un importante avance para garantizar que participen en el proceso evolutivo de lo jondo.
Así se justifica la creación del Festival de Jóvenes Flamencos Villa de Benamejí, una plataforma esperada cada verano con expectación y por aplicar los criterios organizativos del siglo XXI, a más de por tomar el pulso a quienes son conscientes de que el futuro comienza en el presente, tal que la lopereña Julia la Debla, que escoltada por la guitarra de Paco González, nos sorprendió en el dominio desde el registro grave al central, los agudos le suenan a veces tirantes y los lleva al límite, e incluso no necesita corregir en algunos matices la respiración, pues la percibimos ortodoxa.
Empero, Julia, de tan solo 19 años de edad, repartió a su gusto los juegos pirotécnicos vocales por malagueña y fangando de Paquillo el del Gas; le aportó la enjundia que las soleares desde Alcalá a Cádiz pasado por Utrera exigen; contagió con la energía depositada en los tientos aunque le faltó recogimiento en las variantes de Juanito Mojama, y dejó sus pretensiones en la taranta, donde fue significante el color de su voz y la buena dosis de expresividad.
Segura de oficio y calidad percibimos a Ana Hernández, la cordobesa que el pasado mes de julio se alzó con el Premio Fosforito 2024 y que, a sus 32 años y junto a la interesante guitarra de Ángel Dobao, se mostró refinada en el taranta, cante que delineó con autoridad, así como muy entregada en la soleá de La Gilica de Marchena, perfectamente preparada y haciendo gala de un buen empaste pero con un sonido muy cuidado. Quiero decir que tuvo mando suficiente, acaso porque su voz es chica en duración aunque enorme en estudio, lo que no imposibilita que afrontara con valentía las cantiñas y le faltara relleno en la bulería, cantes, empero, en los que consiguió iluminar las sombras citadas merced a su entrega y profesionalidad.
Con presencia brillante y el atrás más completo de la noche salió al ruedo de los miedos la astigitana Marta Aguilar, Premio Fosforito 2023, ofreciendo en la bulería por soleá alternada con la soleá a ritmo una voz de bello esmalte, flexible, de cuidada línea y una muy convincente interpretación ulterior por cantiñas, vocalmente perfecta y con el volumen suficiente en las variantes, para a sus 25 años, continuar desde el pentagrama de David Navarro y dos palmeras de lujo abriendo los ojos al público desde la ejecución de la bulería, jugando con todos los matices e impresionando por su transmisión en el estilo de La Perla de Cádiz, arrancando las mayores ovaciones y emocionando por su línea de cante, que se vería complementada con oficio con un fandango de Manuel Torre de calidad y buen oficio, y haciendo pasar al público del absoluto recogimiento a una explosión de entusiasmo.
El cierre correspondió a Estela Fuentes, alias La Chispa, joven cordobesa de 20 años de edad que hizo una lectura profundamente reflexiva, fluida y muy vigorosa en lo estilístico de la bulería por soleá, sosteniendo una coreografía sin fallas aunque falta por momentos de femineidad para el gusto del crítico, lo que no le impidió entrelazar de modo muy cabal la labor de los músicos del atrás. Pero más allá de esta interconexión, la bailaora diseñó una propuesta conjugando el paisaje musical con el ritmo poético del lenguaje corporal e incluso le dio su toque personal a la estilización del paseo y la escobilla, dejando en el proscenio una interpretación luminosa, bien llevada, sobrada de hieratismo y, por tanto, en fase madurativa
A este tenor, y aunque lógicamente no vimos sello propio en las propuestas reseñadas, sí nos atrevemos a señalar que el futuro está resguardado avalando a esta generación de jóvenes que hoy pueblan el espacio flamenco, y no porque vayan a ser muy grandes, sino porque es la más conectada de la historia y con energía inagotable para construir el futuro. Claro que ello será posible siempre que las instituciones públicas les den oportunidades, porque la juventud no vuelve, pero lo bueno permanece.