Concha Piquer, la señora de la canción española

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Información procedente de Diario de Almería. Escrito por Julio González

Su voz formó parte del imaginario colectivo de la España de la primera mitad del siglo XX colándose en casas de ricos y pobres, de pueblo y de ciudad…

Su voz formó parte del imaginario colectivo de la España de la primera mitad del siglo veinte, colándose en cocinas, salas de estar y habitaciones de casa de ricos y pobres, de pueblo y de ciudad… Es muy probable que cualquier persona de más de setenta años con buena memoria llegue a algún episodio de su juventud solo con escuchar una canción de Concha Piquer, un nombre que a las generaciones siguientes ya les sonaba a anticuado y a los millennials directamente ni les suena. Pero no está de más recordar la figura de una mujer empoderada en los años veinte de la que hoy se diría que rompió techos de cristal y que sufrió en su propia piel episodios trágicos que no la hicieron flaquear: fue víctima de una violación, fue madre soltera, sufrió la muerte de su primer hijo, fue decidida y valiente, primero en la emigración y después en una España en plena Guerra Civil.

El escritor valenciano Manuel Vicent decidió rescatar su figura en una biografía novelada que empezó hace más de treinta años y en la que sorprende por la apasionante historia que relata de una mujer que, antes de volver a España y convertirse en un símbolo de toda una época, deslumbró en Broadway, en México y en Cuba. «Una joven camina rápido sobre la nieve de las calles de Nueva York un día de invierno de los años veinte. Lleva una receta en el bolso que le permitirá adquirir en la farmacia una botella de vino para celebrar la Nochebuena con unos amigos. Estamos en plena ley seca. La joven es Concha Piquer, tiene apenas dieciocho años y lleva ya cuatro triunfando en los escenarios de Broadway, se ha visto envuelta en un homicidio y ha tenido contactos con la mafia. Llegó casi sin experiencia, sin conocer más mundo que la huerta, algún teatro de su ciudad, sin hablar otra lengua que no fuera el valenciano», escribe Vicent.

Hija de un albañil y una costurera, nacida en 1906 en el barrio valenciano de Sagunto, apenas estudió unos años en una escuela de monjas en la que solo aprendió a coser y rezar. Cuentan que era solo una niña, pero ya tenía una voz prodigiosa; un día se presentó decidida en el teatro Sogueros de Valencia, cantó ante el dueño y consiguió cerrar así sus primeras actuaciones. En el Teatro Kursaal de Valencia, la vio por primera vez el maestro Manuel Penella, que después se convertiría en uno de los hombres de su vida, y que fue quien convenció a su madre para embarcarla rumbo a México para participar en un espectáculo en inglés. Así llegó a Nueva York una Concha Piquer quinceañera, en un viaje que marcaría toda su trayectoria vital.

Con solo veinte años volvió a España con una fortuna lograda en su vertiginosa carrera por América. Se instaló en el Hotel Palace de Madrid e importó unos espectáculos en los que mezclaba clásicos americanos con canción española. Así pasó de cantante a empresaria de éxito y cerró actuaciones con su compañía por todo el mundo. Fue amiga de Blasco Ibáñez, de Federico García Lorca, de Eva Perón, con quien se llegó a decir que tuvo una relación sentimental: «¿Cómo es posible que cundiera el rumor de que Evita Perón y yo éramos bolleras? Todo porque era su amiga y había sido madrina de mi hija y le había salvado la vida al movilizarse en busca de una medicina que no había en España».

«Conducía ella misma un Hispano-Suiza, llevaba un vestido rojo, zapatos de tacón, collares de tres vueltas, unas gafas de sol que le enmascaraban el rostro y la melena al viento como las artistas de Hollywood». Era elegante y era atrevida, una mujer dueña de su propia empresa, que pagaba religiosamente a sus empleados y que no tuvo inconveniente en posar con un mantón de Manila cubriendo su cuerpo desnudo, una icónica imagen que es además la elegida por el escritor valenciano para su “Retrato de una mujer moderna”. «Dicen que las folklóricas somos muy antiguas, pero yo me considero una mujer moderna porque en esta vida he hecho lo que me ha dado la gana. Yo siempre he tenido mando, ¿qué más se puede pedir?».

Igual de impetuosa que su llegada a los escenarios, fue su salida, a los 51 años, cuando decidió tajantemente terminar su carrera, tras sufrir una leve afonía. Siguió viviendo en Madrid, hasta su muerte en 1990. Aquel 13 de diciembre la prensa local titulaba en portada: “Adiós, doña Concha. Valencia ha perdido una de sus figuras más señeras. Con doña Concha desaparece una valenciana y una gran artista, considerada como la reina de la tonadilla y mito clásico del género. Única e inmortal en su arte”.

Su cancionero personal

Paladeaba la copla con sentimiento. Se recreaba en la letra de estos dramas de cinco minutos exhibiéndose con altanera prestancia y señorío por los escenarios. Temas como Ojos verdes (considerada entre las más representativas del género de la copla y divulgada también por Miguel de Molina), Tatuaje, Antonio Vargas Heredia, Y sin embargo te quiero y Yo soy ésa. Tesoros como La Lirio, La otra, Tatuaje, La niña de la estación, La petenera, La parrala y decenas de títulos más firmados por Quintero, León y Quiroga tienen un lugar especial e ineludible dentro de la historia de la música española. El singular estilo de Concha Piquer influiría en las posteriores generaciones de intérpretes que “estudiarían” su más de doscientas canciones.

Origen de la expresión «viajas más que el baúl de la Piquer»

Hoy, cuando uno puede desayunar en Londres, comer en París y cenar en Berlín, la expresión toma un cariz distinto, pero en el siglo XX, cuando solo partían los hambrientos y los refugiados, los viajes de la Piquer nos hicieron soñar Esa expresión popular es lo que los mayores dicen al que es un trotamundos. Decimos los mayores porque esta expresión ya no está en boca de los más jóvenes. Les queda muy lejos la biografía de Concha Piquer, una mujer que, acompañada de decenas de baúles, llevó la copla a lo más alto de la escena internacional, de Londres a Nueva York, pasando por Bogotá. Pero aquella estrella que tocó el cielo de Broadway también lloró mucho. Como la de tantos que tuvieron que dejar España, la suya es una historia de nostalgia.

 

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